CIUDAD DE MÉXICO — Los terremotos fantasma atacan en medio de la noche, entre sueños; eso hace que algunas personas se vean obligadas a salir de la cama y entren en un estado de pánico. A otros, con el cuerpo saturado por cinco días de adrenalina, les parece que dormir, e incluso comer, son tareas imposibles. Las noticias falsas recorren las redes sociales, alimentadas por el miedo.
Mientras que la recuperación física después del sismo del martes 19 de septiembre está en marcha, mientras las calles y los negocios abren y el ritmo normal va regresando a la capital mexicana, la recuperación mental apenas comienza. Un temor frenético acecha la ciudad mientras los habitantes lidian con la destrucción del bienestar que disfrutaban en sus vecindarios y, en general, en sus vidas en Ciudad de México.
Las señales del terremoto están frescas en todos lados: edificios desplomados, pedazos de concreto y ladrillo que se derraman por las aceras, calles transitadas divididas con cintas de emergencia rojas y amarillas y ocupadas por soldados uniformados. Las carpas de servicio rebosan de voluntarios, quienes buscan maneras de ayudar para transformar su angustia en acción.
Casi 4000 edificios quedaron dañados y quienes viven en edificios altos se preguntan si se derrumbarán antes de que ellos puedan salir de ahí.
El trauma por el terremoto del martes 19 salió (de nuevo) a la superficie a lo largo del fin de semana, cuando el ligero impacto de un sismo al sur de México sacudió levemente la capital el sábado e hizo que los residentes salieran a las calles descalzos y vestidos con ropa de dormir.
El temor, que se reflejó en los rostros de esta enorme ciudad, se convirtió en nervios, pulsos acelerados y, en algunos casos, problemas de salud. El jefe de gobierno de Ciudad de México dijo que dos personas murieron a causa de ataques cardiacos después de los temblores del sábado; una declaración que, aunque resulta difícil de verificar, expresa la sensación de terror que permea la capital.
Henry Rodríguez salió de su casa sin camisa, sin calcetines y sin la mochila que generalmente lleva consigo durante cualquier emergencia. Y últimamente ha habido muchas.
Rodríguez es el director de la misión de Médicos Sin Fronteras en México y se enfoca principalmente en brindar cuidado psicológico para los sobrevivientes tras los desastres. Cada vez que se traslada para ayudar a los sobrevivientes de un trauma le dice a su personal que debe tener a mano lo necesario.
Sin embargo, el sábado por la mañana rompió su propia regla y salió a la calle junto con otros sin nada más que unos pantalones. Esta vez había sido testigo de la catástrofe real, por primera vez en 17 años de servicios de emergencia: la ciudad se convulsionaba bajo sus pies, los edificios se desplomaban, sus amigos se quedaban sin hogar. En los últimos días presenta los mismos síntomas que sus pacientes: ansiedad constante, noches sin sueño entrelazadas con pesadillas y un temor casi permanente.
En esta ocasión Rodríguez es un sobreviviente.
“Somos parte de un grupo que debe reaccionar a estos eventos, cuya responsabilidad es ayudar a los demás, pero también nosotros somos humanos y sentimos estos traumas”, dijo, mientras procesaba por primera vez los estragos que había causado el sismo en su propio bienestar mental. “Cuando estás disponible para una emergencia, cuando te involucras en el incidente, también te vuelves parte de él”.
Un sinfín de mexicanos de todas las clases sociales han encontrado una salida para su miedo ayudando a los demás, lo que ha hecho surgir un sentido de unidad en medio de la destrucción, una hazaña notable en una sociedad generalmente marcada por las divisiones sociales. Un flujo interminable de hombres y mujeres, ataviados con chalecos naranjas y cascos blancos, ha recorrido toda la ciudad día y de noche en busca de maneras de ayudar.
A medida que la recuperación se lentifica y el impacto le abre el camino a la etapa difícil y, a menudo, difusa de procesar el desastre, muchos expresaron un sentimiento de confusión impregnado de tristeza.
En el Parque España, una zona verde con caminos sinuosos y estaciones de ejercicio en el centro de la Condesa, pusieron una hoja de papel estraza para que quienes pasaran por ahí escribieran sus pensamientos y sentimientos “cuando la Tierra se movió”.
Los testimonios escritos en el papel son escenas anónimas de dolor, tristeza y pérdida. Uno recuerda haber visto el primer edificio que colapsó en el vecindario; otro, el momento en que un amigo se desmayó mientras salía de su edificio.
“Aún estamos en un estado postraumático en el que las emociones están a flor de piel y hay mucha energía contenida; no nos damos cuenta de que estamos en este estado de crisis”, dijo la psicóloga Claudia Quintanilla con los ojos llenos de lágrimas, justo horas después del susto del sábado. “No hemos racionalizado lo que ha sucedido y el nuevo sismo de hoy nos ha vuelto a traumatizar a todos”.
Para algunas familias, el susto por el temblor del sábado fue más allá de esta serie de sismos en particular. A ellos los remontó a 1985, cuando el terremoto más mortífero en la historia reciente de México cobró la vida de 10.000 personas y pulverizó la capital del país. (El número de muertos por el sismo del martes asciende a más de 300, informaron funcionarios mexicanos).
Nictze Ximena Salcedo dijo que su familia lo perdió todo en el sismo de 1985 y emigró de México al país nativo de su padre, Venezuela. Recién en 2008 regresaron a México con su familia y recuperaron su vida anterior.
Salcedo, una fotógrafa de 26 años, vive en el sur de la capital, no lejos de donde el edificio de una escuela colapsó y donde murieron 19 niños y 6 adultos. Lo vio derrumbarse y formar una nube gigante de polvo, así como emitir un rugido cuando el concreto se partía. La casa de su familia, su estudio fotográfico y la tienda de sus padres ya no están: quedaron demasiado dañados para recuperarlos o están en peligro de colapsar.
El sábado 23 ella estaba tomando una ducha cuando sonó la alarma sísmica y el pánico se desató en su casa. Salió desnuda del baño y, de camino, tomó una cobija para cubrirse.
“Bajé dando tumbos por las escaleras, empapada, resbalándome, descalza y asustada”, dijo. “Solo quiero que esto se termine. Solo quiero que vuelva un poco de normalidad a mi vida”.
Mientras tanto, sus padres sienten que sus vidas están atrapadas en un ciclo cruel de 30 años. “No pueden creer que todo esté pasando de nuevo”, dijo Salcedo.
En la plaza Río de Janeiro de la colonia Roma, una de las más afectadas, había por lo menos seis cabinas distintas donde se ofrecía meditación guiada y terapia para residentes angustiados. Otros ofrecen masajes gratuitos, mesas para que los niños dibujen y coloreen, y apoyo psicológico. El olor del incienso invadía esta plaza con pisos de loza que se extiende a lo largo de dos cuadras.
Durante el fin de semana, multitudes de habitantes recorrieron la Roma y la Condesa, digiriendo en silencio los cambios visibles en el paisaje conocido. José Osorio Cruz se paró afuera de una cafetería mientras jugaba con su hijo de nueve meses, trotando sin moverse de lugar mientras le hacía caras al niño. Parecía tranquilo, incluso relajado, durante el paseo con su familia en un vecindario atravesado por el desastre.
“Tenemos emociones encontradas”, dijo Osorio Cruz, de 38 años, gerente de ventas de Microsoft y residente del vecindario desde hace diez años. “Están la confusión, la tristeza y un miedo abrumador, pero, al mismo tiempo, sabes que debes seguir luchando y buscando esperanza”.
Osorio Cruz mantiene la fe de que la increíble respuesta cívica de sus compatriotas también pueda reflejarse en otras áreas de la sociedad. A menudo, dijo, los ciudadanos ignoran la corrupción y la violencia que afectan la vida en México. Quizá el desastre sea una oportunidad para transformar la energía de las masas con tal de mejorar al país, sugirió; es una perspectiva que lo consuela.
“Creo que saldremos adelante como país”, dijo, meciendo a su hijo en su carriola sobre la acera. “Esta es una oportunidad para que los ciudadanos manifiesten su espíritu de unidad para reconstruir a México”.
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